La necesidad de estar solos en esos momentos privados, donde jugamos a
escenarios místicos y fantasiosos, de orgias, interracial, maduras,
asiáticas, embarazadas y, pare de contar las diversas categorías que se
disfrutan en ese mundo virtual y digital, que en su generalidad, se
disfrutan encerrados tras cuatro paredes gozando de una inmensa
intimidad, pero otros más temerarios, en la plena sala del hogar ante el
suspenso de la aparición de algún ser ambulante nocturno o tal vez
diurno que pudiera frustrar ese momento religioso y respetable de
meditación que hace juguetear a las manos de forma creativa y elásticas,
audaces de disimular como si no ha pasado nada antes la llegada de
cualquier enemigo, provocando asesinarlo en
sentido metafórico para
apestarlo del hedor a cloro o de suculenta secreción, para chuparse los
dedos ante una pseudo fantasía extremadamente fetichista; pero más
atractivo aún, anhelar estar frente al receptor acompañado con una
futura víctima, observando placenteramente del aperitivo antes del gran
acto casero o tal vez hotelero.

Más
allá, en otra historia, maldecimos las cableras televisivas, que se
lucran ante los desesperados deseos de comer visualmente carne con papa;
sean solos o en parejas para aprender o practicar agiles posiciones de
actores catires y musculosos o de afrodescendientes con intimidades que
amedrentan a los hombres terrestres normales, humillándolos y
frustrándolos porque tal vez su medida está muy lejos para pararse
frente y orgullosamente como gran macho alfa ante su dama; pero en la
contraparte, emocionan a las féminas con deseos que viajan más allá de
la atmosfera.
Y por último los curiosos infantes que disfrutan como pedir la cola
para el cielo, deseando perder la virginidad antes de los 18, colapsando
las páginas web de contenidos para adultos sin olvidar borrar el
historial de navegación para evitar el sermón de sus queridos y amados
padres.
C.G.
Ciudad de La Hoz
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