martes, 31 de mayo de 2016

La mamá despreciada por Eduardo Galeano


Las obras de arte del África negra, frutos de la creación colectiva, obras de nadie,
obras de todos, rara vez se exhiben en pie de igualdad con las obras de los artistas que
se consideran dignos de ese nombre. Esos botines del saqueo colonial se
encuentran, por
excepción, en algunos museos de arte de Europa y de los Estados Unidos, y también en
algunas colecciones privadas, pero su espacio natural está en los museos de
antropología. Reducido a la categoría de artesanía o de expresión folklórica, el arte
africano es digno de atención, entre otras costumbres de los pueblos exóticos.

El mundo llamado occidental, acostumbrado a actuar como acreedor del resto del
mundo, no tiene mayor interés en reconocer sus propias deudas. Y, sin embargo,
cualquiera que tenga ojos para mirar y admirar, podría muy bien preguntarse: ¿Qué
sería del arte del siglo veinte sin el aporte del arte negro? ¿Hubieran sido posibles, sin la
mamá africana que les dio de mamar, las pinturas y las esculturas más famosas de
nuestro tiempo?

En una obra publicada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, William
Rubin y otros estudiosos han hecho un revelador cotejo de imágenes. Página tras
página, se documenta la deuda del arte que llamamos arte con el arte de los pueblos
llamados primitivos, que es fuente de inspiración o plagio.

Los principales protagonistas de la pintura y de la escultura contemporáneas han sido
alimentados por el arte africano, y algunos lo han copiado sin dar ni las gracias. El
genio más alto del arte del siglo XX, Pablo Picasso, trabajó siempre rodeado de
máscaras y tapices del África, y ese influjo aparece en las muchas maravillas que dejó.
La obra que dio origen al cubismo, Les demoiselles d’Avinyó (las señoritas de la calle de
las putas, en Barcelona) brinda uno de los numerosos ejemplos. La cara más célebre del
cuadro, la que más rompe la simetría tradicional, es la reproducción exacta de una
máscara del Congo, que representa una cara deformada por sífilis, expuesta en el Museo
Real del África Central, en Bélgica.

Algunas cabezas talladas por Amadeo Modigliani son hermanas gemelas de
máscaras de Mali y Nigeria. Las franjas de signos de los tapices tradicionales de Mali
sirvieron de modelo a las grafías de Paul Klee. Alguna de las tallas estilizadas del
Congo o de Kenia, hechas antes de que Alberto Giacometti naciera, podrían pasar por
obras de Alberto Giacometti en cualquier museo, y nadie se daría cuenta. Se podría
jugar a las diferencias, y sería muy difícil adivinarlas, entre el óleo de Max Ernst,
Cabeza de hombre, y la escultura en madera de la Costa de Marfil, Cabeza de un
caballero, que pertenece a una colección privada de Nueva York. La Luz de luna en una
ráfaga de viento, de Alexander Calder, contiene un rostro que es el clon de una máscara
luba, del Congo, ubicada en el Museo de Seattle.

Eduardo Galeano
Patas arriba la escuela del mundo al reves
1998

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