lunes, 16 de mayo de 2016

La poesía de la joven colombiana Elvira Puello Flórez













1
ABYECTA Y DESPRECIABLE NIEBLA.
La oscuridad de mi mirar recorre las calles, en busca de miradas perdidas, de ojos extraviados y pasos lentos, pero sólo puedo encontrar y rozar mi hombro con personas frías, de pasos seguros y miradas firmes. Su columna está tan erguida que me pregunto si debajo de sus gabanes y corbatas llevarán el alma.
En cada esquina veo a esas personas con la piel sucia, los cabellos desteñidos y los labios secos, hay un hombre debatiendo su vida por ciento veinte centímetros de calle y un colchón lleno de periódico.

Paso por las esquinas que recorrió mi infancia, cuando mis pies eran pequeños y no podían lastimar a nadie, cuando mis cabellos bajaban hasta mis muslos y la única oscuridad que poseía se sentaba en el interior de mis ojos y crespos. ¿Dónde están los dulces recuerdos que había arrojado allí? ¿Por qué sólo hay odio y apatía?
Observo con retenimiento la esquina más larga, me costó tiempo hallar un sólo espacio vacío donde se pudiese saber el color de la pintura que recubre el muro, donde algún adicto al amor o a algún alucinógeno no haya escrito con desamor el nombre de su amada, o con lujuria y falsas energías el fragmento de algún rap seguido de un rostro abstracto.
En la otra calle hay un hombre de gafas oscuras y cabellos blancos tratando de toparse con unas manos que le guíen por la calle. Todos pasan por su lado con las cabezas en alto y las manos sin nada más que sus anillos de oro.
Una señora de trenzas y vestiduras de lana organiza en el suelo unas bufandas de colores pasteles, mientras la gente le pisa la tela sobre la que las tiende.
Las palomas devoran un pedazo de pan mientras uno de esos hombres de piel sucia camina hacia ellas para arrebatárselo de los picos.
Mis esperanzas acaban, la desilusión me marchita la piel, las lágrimas me corren el rímel, se agotan las manos sujetas por las calles, las miradas a los ojos cuando se habla, la mujer embarazada en las sillas distintivas.
Se agotan las personas que se ponen el alma.
2
La noche me cae encima
La nostalgia se introduce
El aura apesta mis fosas nasales
Pero el musgo me atrapa en sus rincones
No hay talones que soporten mi peso
Ni corazón que soporte este veneno
Hay poca circulación y mucha presión
Estoy ligada a este eterno sortilegio
¿Cuánto más estaré vislumbrando la luna?
Si el alma se me escapa por los hoyuelos
No iré más en busca de ella
Ella tiene pies de abulencia y abyecta contingencia
Me choco con cada vestiglo de mi mente
Ellos me susurran que la deje
Yo les comento que mi esencia la persigue
Cuando mi cuerpo se resiste
De nuevo voy en búsqueda de otras noches
Donde pueda desventurarme
Donde no apeste a musgo y nostalgia
Donde la luna no me arrebate el alma.
3
Y jugamos a ponernos las vestiduras por las caderas, soltarnos los cabellos encima de las espaldas desnudas, salir a las calles envueltas en letras, saltar entre los lunes, revolotear entre los viernes, y eternizarnos en cada noche. Buscamos en el pasado y que nos quiebren en algún recuerdo, volver en el día y descansar el alma, viajar al mañana y asustarnos por los pasos, poco delicados, en caminos estrafalarios. Recordamos ese olvido que nos llevó a algún lugar, donde las caderas no son más que meras curvaturas desperfectas, y las espaldas el blanco de todas las flechas. Nos resumimos a la nada, donde todo pierde sentido justo antes de encontrar el equilibrio entre noches en Equinoccios y días perdidos. Ceniza pura de nuestros recuerdos, que nos lleva donde vaya el viento, hay que dejar al desnudo esas letras que llevamos dentro.
Que un epitafio describa nuestras vidas, como en un recado siniestro.
4
Era la niña de mis amires infantiles. Tenía en la sonrisa, cien ángeles, pero en la mirada mil demonios. Yo me enamoré de ella sin antes contar, porque su sonrisa sólo me podía hipnotizar. Cuando le miraba a los ojos yo viajaba, y es la hora en la que aún me pregunto si esos escenario sublimes existirán, o sólo eran los efectos colaterales del exceso del cigarro y su permanente sonrisa en mi mirar.
El día que la perdí, el día que perdí su sonrisa, los demonios de su mirada me atormentaban, me desquiciaban, quería dejar de recordar, pensar, sentir. Tenía mil agujeros en el pecho, y un irrellenable vacío en el alma. Mientras ella estaba, sus ángeles me guiaban, y luego de irse, sólo sus demonios quedaban. Hacen agujeros en mi presente, y su presencia intermitente. Ella a veces vuelve, en algún recuerdo, me besa los nudillos y luego desaparece. Entonces yo a veces me vuelvo poesía, pero otras veces soy mera pantomima.
5
Y trato de pisar tus recuerdo, mujer. Pero ha creado un anticuerpo a todos mis escudos. Estás en todos lados, justo como desearía mi corazón pero no mi mente.
Los residuos de café del tinto de las cinco forman tu rostro perfilado. El humo del Mustang se compagina con el aire para dibujarte en él. Ludovico también te trae más hacia mí. Nadie ni nada quiere que te borre, y como prueba de ello, tengo estos tres vacíos irrellenables en el pecho, uno lo hizo tu marcha, el otro tu recuerdo, y el último lo he hecho yo, sólo para cerciorarme de llevarte siempre dentro.
6
Era el paladín de mis batallas,
siempre fuerte y valeroso;
levantaba su mano izquierda
de sus hazañas orgulloso
Conquistaba para mí los más bellos prados,
los bosques más hermosos
con sus alharacas inminentes a desembocar
en mi mar de delirios amorosos
Mi caballero llevaba mi nombre marcado en su escudo
a todos contaba que su amor, en la tierra, era lo más profundo
me alejaba de mis oscuridades, de mis agujeros y mis soledades
traía luz, rellenaba, y con su presencia, la plenitud nos alcanzaba
7
Hoy he cambiado el color de mi esmalte. He dejado el negro por completo para evitarte dentro de mi mente. Debo confesarte que no es suficiente. Y es que nuestro amor era voraz, fulminante, mortal.
Nuestro mundo incongruente, nuestras ideas altruistas cuando se trataba de amar. Aún cuando veo el negro sólo me invaden las ganas de llorar. Es inminente traerte a mi invierno.
Tu forma de ser siempre misteriosa e indescifrable. La forma en la que sobabas mis nudillos, cuando me leías de Elvira Sastre y susurrabas a mi oído que era, en tu corazón, recuerdo imborrable.
Y siempre fuiste efímero, siempre fuiste blanco o negro, luz u oscuridad, respuestas o preguntas, sueños o fantasías, siempre fuiste letal.
Tu ausencia me ha hecho tormenta y eso que siempre fui tu sol. No ha dejado de olerme a flores muertas. He de confesarte que han desaparecido los hoyuelos que solías sobar con tus pulgares. Debo aceptar que voy perdiendo la memoria, porque hasta sonreír he olvidado hacerlo. Pero ni el Alzheimer te sacará jamás de todos mis recuerdos.

~ ~ ~

Elvira Puello Nació en Apartadó-Antioquia el 3 de septiembre de 1999, recientemente terminó el periodo escolar y se está preparando para comenzar la carrera de medicina. Esta joven poeta escribe desde hace dos años y, actualmente trabaja en un libro de su autoría.

Presentemente resida en Leticia-Amazonas donde lleva tres años luego de vivir en la capital.

4 comentarios:

  1. Increible y penetrante poema. Talento de una poetiza digna de admirar y apreciar por tal Obra narrativa exquisita.

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    1. Muchísimas gracias, joven lector.
      La musa de la poesía siempre serán los ojos que la miran. Un saludo.

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  2. Felicitaciones y muchos éxitos!!!!!!!

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