Julio
Cortázar y Latinoamérica
“Debemos
luchar contra el chovinismo”
El
escritor argentino Julio Cortázar fue entrevistado en Caracas por su paisana
Viviana Marcela Iriart. La entrevista fue publicada en 1979 en la revista
Semana.
Su voz grave y gangosa atiende el teléfono, sin
intermediarios, simplemente él levantando el tubo. Cortázar. Su voz suena
seria, como la imagen que tengo de él, una imagen de que siempre tiene 40 años:
imposible imaginarle más (y sus biografías dicen que nació en 1916). Explica
que quiere ver la revista antes de concedernos una entrevista, y ni él ni
nosotros
sabemos qué pasó, pero las revistas que dejamos en el hotel jamás
llegaron a sus manos. Igualmente sugiere vernos en Parque Central, en la
inauguración de la Primera Conferencia Internacional sobre el Exilio y la
Solidaridad Latinoamericana en los años 70, en la que él participó. Y allí
estaba, llamando la atención aun sin quererlo: era el más alto de todos los
presentes. Y allí estaba, con la barba y bigotes cobrizos que lleva desde hace
tanto, con la seriedad con que aparece en diarios y revistas, con una simpatía
que no le imaginaba. Allí estaba, era Cortázar. Un ser humano como usted y como
yo, sí, con dos ojos, una boca, dos manos, virtudes, defectos, deseos,
nostalgias. La entrevista fue en un rincón del Hotel Anauco Hilton, junto con
el asesor de Semana, Jorge Madrazo, el fotógrafo Eduardo Gamondés y cuatro o
cinco admiradores del escritor, inmersos disimuladamente —o no— en la
conversación. Él habló despacio, cálidamente y sus ojos claros recorrían los
nuestros mientras sus palabras se abrían en el centro de nuestras mentes,
quedando allí mucho tiempo después de haber sido pronunciadas. Y él se quedó en
nosotros cuando la noche llegó y nos encontró en sitios distintos. Como una
presencia invisible, deseada, siempre presente a partir del primer encuentro.- Acerca de la literatura y la política
Bueno, claro que me molesta ser requerido más para dar
opiniones políticas que literarias, porque soy un animal literario. Así como
los franceses suelen referirse al hombre como un animal pensante o un animal
filosófico, yo soy un animal literario. Nací para la literatura y si fui
asumiendo lentamente este compromiso de tipo ideológico que ustedes me conocen,
eso fue al término de un proceso muy lento, muy complicado y a veces muy
penoso. Porque como mi vocación profunda es la literatura, hay momentos en los
que las circunstancias de tipo político —el tener que venir a esta conferencia,
escribir artículos de contenido político, atacar a la Junta chilena o
argentina, ocuparme de casos de desaparecidos, muertos, torturados, contestar
alguna de la enorme correspondencia que me llega, porque la gente piensa que yo
siempre puedo decir algo y ayudar—, bueno, hay momentos en los que, lo confieso
porque es verdad, tengo un gran desánimo. Porque me digo: “Bueno, ¿alguna vez
voy a poder escribir una novela?”. Mi ideal sería tener un año o dos de
tranquilidad, para escribir una novela que me da vueltas en la cabeza hace
mucho tiempo. Por eso es que cada vez más me convierto en un cuentista, porque
los cuentos los escribes en el avión, en tu casa, en la calle...
- Hasta Francia llegó el exilio
Yo hace 28 años que vivo fuera de la Argentina, pero
nunca me consideré un exiliado hasta el golpe de Videla. Nunca me consideré un
exiliado, porque para mí el exilio es una cosa compulsiva, y yo vivía en
Francia porque me daba la gana. Porque es un país que me gusta, donde me siento
bien y donde iba escribiendo mi obra sin dificultades ni problemas. Y de
repente, a partir del golpe militar, supe que me había convertido en un
verdadero exiliado. Es decir, que ahora tengo ese sentimiento que tienen todos
los exiliados, donde los aspectos negativos son muy fuertes, pesan mucho. Eso
me llevó por primera vez a reflexionar sobre el problema del exilio. Es
entonces que me di cuenta de que si yo o cualquier otro exiliado entra en el
estereotipo, en la noción esencialmente negativa, aplastante del exilio, le
está otorgando una carta de triunfo a la dictadura que lo exiló. Entonces me
planteé el problema en términos muy claros: es una locura, es ilógico, no se
puede aplicar científicamente, pero yo en vez de estar en una marcha adelante
doy marcha atrás, invierto la velocidad y entiendo el exilio en términos
positivos. Yo lo dije en París e hizo sonreír a mucha gente, dije que es como
si Videla, ahora que me exiló, me hubiera dado una beca para escribir fuera de
la Argentina. Y mi mejor manera de contestar a ese exilio es dar el máximo de
lo que yo puedo dar como escritor, y es lo que estoy tratando de hacer. Pero al
exiliado que llega totalmente quebrado, ya sea porque él mismo ha sufrido,
incluso físicamente, antes de poder salir o porque hay un montón de muertos,
desaparecidos, torturados en torno a él, no se le puede pedir que empiece su
vida de exiliado con una sonrisa, diciendo: “Esto está muy bien”. No, porque
está espantosamente mal. Cuando a todo hombre y mujer que ha salvado la
inteligencia, le llegue el momento de pensar en la nueva vida que está
empezando, es en ese momento en que yo lo incito a que en vez de caer en los
estereotipos y decir “yo soy una víctima, yo soy un exiliado, yo he sido injustamente
echado de mi país”, y que eso se traduzca poco a poco en amargura, en una
nostalgia aplastante, yo lo incito a que —salido del primer choque traumático—
vuelva a sentirse un hombre o una mujer pleno.
- Sur, paredón y después...
Sí, porque ¿para qué sirve la nostalgia de juntarnos
cinco argentinos, hacer un asado, tomar mate, poner un disco de Susana Rinaldi,
Mercedes Sosa o Gardel (según los gustos) y complacernos en la nostalgia de un
pasado al que quisiéramos resucitar? Yo lo hago también, pero eso no me impide
al día siguiente despertar en París, y estar en contacto con un montón de gente
que no son argentinos y llevar adelante mi trabajo. De manera que es un asunto
que hay que matizarlo, no es muy sencillo, y claro, no todas las personas están
igualmente equipadas en el plano mental o intelectual. Y el obrero, que desde
el punto de vista cultural está más limitado —porque por su condición de obrero
no ha podido estudiar—, ese hombre es realmente el que está más en peligro como
exiliado. Si un obrero tiene que vivir en Suecia, nada más el problema del
idioma es para él una especie de amenaza de muerte. Y ahí la nostalgia, Gardel,
sus recuerdos y sus fotos se vuelven su única defensa. Y yo creo que todos
nosotros podemos hacer mucho a través de publicaciones, de actos, de reuniones,
para hacerles sentir que no están solos.
- El exilio cultural
Lo que para mí es y ha sido traumático, es un fenómeno en
el que no todo el mundo piensa, y que en el caso de un artista exiliado es
fundamental. Lo que yo llamaría el exilio de tipo cultural: es terrible cuando
te das cuenta de que en tu país hay una barrera de censura que hace, por
ejemplo, que yo no pueda publicar más libros en Argentina. Entonces se descubre
—y esto es lo espantoso para mí— que yo estoy exiliado, pero que del otro lado,
en mi país, hay 26 millones de exiliados en relación a nosotros. Yo estoy
separado de mis lectores, pero mis lectores están separados de mí: mi último
libro de cuentos no pudo salir en Argentina porque hubo dos cuentos que le
molestaron a la Junta. Y no hago de esto una cuestión personal: están separados
de 150 magníficos escritores uruguayos, chilenos y argentinos que no se pueden
editar en nuestro país. En Chile, desde el 11 de septiembre de 1973, una
generación de jóvenes fue tomada por la Junta y metidos en una escuela fascista
dirigida por militares. Han pasado seis años y ellos vivieron la edad crítica
(entre los 12 y los 18 años) bajo ese régimen, miles y miles de niños y niñas
chilenas que en estos momentos creen en la Junta, creen en la Seguridad
Nacional, creen que todos nosotros somos traidores. Creen que Chile es un país
injustamente atacado y combatido. No es culpa de ellos, pobrecitos, porque en
seis años los han convertido en lo mismo en que Hitler convirtió a las
juventudes hitleristas, o Mussolini a los “balillas”. Bueno, eso es para mí una
de las cosas más espantosas, y nosotros no podemos hacer nada,
intelectualmente. Porque esto yo se los digo a ustedes, pero nadie lo va a
escuchar en Argentina, nadie lo va a leer, ustedes lo van a publicar y salvo
que alguien lo lleve en un bolsillo, nadie va a poder leerlo allí.
- El escritor y su compromiso con la revolución
Yo tengo una gran latitud de enfoque en el plano de
trabajo de los escritores. Yo creo que puede haber escritores puros, que no
introduzcan ningún mensaje político en lo que hacen. Creo que eso es posible, y
que su obra puede ser revolucionaria si es una obra creadora, que renueva, una
obra bella. Lo único que exijo en esos casos es que la persona que hace
literatura pura, muestre con su conducta personal que no es un escapista. Que
si él no pone política en lo que hace, es solamente porque —por ejemplo— su
vocación es escribir un soneto en donde la política no entre. Pero él tiene que
demostrar con su conducta, con su responsabilidad personal, que tiene derecho a
escribir esos sonetos. Mira, yo me divierto mucho en escribir literatura
pura... El año que viene sacaré un libro, que estoy terminando, donde hay uno o
dos cuentos con contenido político, los demás son cuentos fantásticos. Y creo
que tengo derecho a escribirlos, porque mis lectores saben quién soy. Entonces,
¿por qué me voy a sentir obligado a poner la política en cada cosa que escriba?
Mi literatura, entonces, sería muy mala, soy muy consciente de esto. No todo
hombre ha nacido para la acción, no todo hombre tiene a veces, ¿cómo decirte?,
las aptitudes físicas para jugarse en un plano de acción. No todo hombre ha
nacido para ser soldado de una revolución. Puede ser un hombre de una vida
interior, de una timidez de carácter, que lo lleva a escribir exclusivamente
una obra que canta a la revolución. Pero yo no creo que se le pueda exigir una
militancia práctica a todo el mundo.
- Vietnam y el manejo de la información por el imperialismo
Yo creo que es positivo que se denuncien las violaciones
de derechos humanos ocurridas en los países socialistas, en la medida en que se
tenga total seguridad de lo que se denuncia. Porque, cuando se habla de
violación de derechos humanos en esos países yo, por principio, examino con
mucho cuidado el expediente, porque sé de sobra hasta qué punto la información
del imperialismo reforma, cambia y modifica las cosas. Yo no olvido que, por
ejemplo, siguiendo la última etapa de la revolución nicaragüense en el Herald
Tribune, en París, se podía encontrar un análisis de cómo los yankis preparaban
al lector norteamericano para que estuviera en contra del triunfo. Hablaban de
Somoza como el tirano, el dictador, pero cuando hablaban de las columnas que
avanzaban decían: “las columnas marxistas”. Cada ocho o nueve párrafos te
soltaban esa palabrita, para que la buena señora que vive en Minesotta o en
Detroit diga: “¡Dios mío, los comunistas!”. Entonces, cuando se habla del caso
de Vietnam, yo estoy esperando encontrarme con García Márquez, que estuvo allí
haciendo una gran encuesta, para que él me cuente a mí las cosas. Yo no me fío
de los telegramas de prensa. Pero, cuando en Rusia y en los países de la órbita
socialista hay flagrantes violaciones de derechos humanos, yo personalmente no
me callo.
- América Latina como unidad: ¿realidad o utopía?
Lo voy a decir de una manera sentimental, casi a lo Rubén
Darío: en mi corazón, América Latina existe como una unidad. Soy argentino
desde luego (y me siento contento de serlo), pero fundamentalmente me siento
latinoamericano. Yo estoy en mi casa en cualquier país de América Latina,
siento las diferencias locales, pero son las diferencias dentro de la unidad.
Eso, en el plano personal. En el plano geopolítico, está la nefasta política de
dividir para reinar, que han aplicado los norteamericanos desde hace tanto
tiempo. Fomentando los nacionalismos, las rivalidades entre los países para
dominarlos mejor, destruyendo el sueño de Bolívar de los “Estados Unidos de
América del Sur” y creando diferentes países orgullosos, seguros de sí mismos,
dispuestos a hacerse la guerra por cuestiones que no resisten un análisis
profundo; eso es una realidad. Y yo pienso que uno de los deberes capitales de
los políticos de izquierda, de los escritores revolucionarios, es intentar por
todos los medios de luchar contra ese chovinismo, que hace que un niño
argentino en la escuela aprenda que él es mucho mejor y más que un niño chileno
o paraguayo. Por cierto que en mi visita anterior hablé con venezolanos de la
calle y su idea sobre los colombianos, su desprecio, su odio, me aterraron. Lo
mismo, por supuesto, ocurre en el caso inverso. Es la prueba de que dividir para
reinar funciona, que a los yankis les conviene seguir fomentándolo y que las
dictaduras locales están encantadas de hacerlo.
- Entonces hablo sobre la vida y la muerte
Un día en mi vida es siempre una cosa muy hermosa, porque
yo me siento muy feliz de estar vivo. No tengo ninguna intención de morirme,
tengo la impresión de que soy inmortal. Sé que no lo soy, pero la idea de la
muerte no me molesta y tampoco le tengo miedo. Le niego existencia, entonces,
eso me ayuda a vivir de una manera... ¿cómo decirlo? Bajo el sol, solar. Yo
estoy muy contento de estar vivo, y además hay una cosa en la que poca gente
piensa. Creo que es un prodigio maravilloso que todos nosotros seamos seres
humanos, que estemos en lo más alto de la escala zoológica, por un azar
puramente genético. Porque tú no eres responsable de ser quien eres. Venimos de
una larguísima cadena genética y cuando yo veo a una gallina o una mosca que
también han nacido de las mismas cadenas genéticas, me maravillo por ser un
hombre y no una gallina. Yo soy un hombre, con todo lo bueno y lo malo que eso
tiene. Y estoy contento de haber tenido una conciencia, de haber visto lo más
que una conciencia puede ver del planeta. Y no te hablo más.
Cuando
pronunció estas palabras hacía más de media hora que estaba con nosotros,
contándonos anécdotas y sonriendo, a veces, como un niño. Sí, él es un ser
humano como usted y como yo, para hablar necesita mover la boca en la misma
forma en que lo hacemos usted y yo. Pero él es Julio Cortázar.
Fuente:
Letralia
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